jueves, 11 de septiembre de 2008

Yo pisare las calles nuevamente


Hace 35 años era derrocado el gobierno constitucional de Salvador Allende en Chile. Otro 11 de septiembre pero de 1888 en Paraguay moría Domingo Faustino Sarmiento, un hombre controvertido de nuestra historia, con luces y sombras en cuyo legado se destacan su obra política y literaria. Precisamente dis conceptos claves de la prosa sarmientina fueron los de "civilización y barbarie".

La barbarie fue la que bombardeo el Palacio de la Moneda aquel 11 de septiembre de 1973 en Santiago. Asesinó a Allende y hundió al pueblo chileno en su dictadura más sangrienta. La barbarie fue la que impuso al demonio del neoliberalismo en el país trasandino. La oligarquía local y los sectores concentrados de la economía hicieron hasta lo imposible para derrocar al gobierno de la Unidad Popular. Pero no actuaron solos, aquí también como en otros golpes de estado a lo largo de toda América latina el largo brazo del Tío Sam estuvo implicado. Documentos desclasificados de la CIA asi lo demuestran y el mismo Kissinger confesó su participación activa en los sucesos del '73 en Chile.

Es que cómo no iba a generar reacción el proyecto de un socialismo democrático. Las impugnaciones hechas a los logros cubanos perderían valor frente a un régimen que respete la dignidad del hombre en el marco de las normas constitucionales . Cómo no iba a generar oposición un presidente que nacionalizaba la principal fuente de riqueza del país trasandino. Lo vemos hoy casi 40 años mas tarde en Bolivia con Evo Morales. Debía darse un golpe ejemplificador. El 11 de septiembre de 1973 Salvador Allende daba su último discurso antes de suicidarse en la Casa de Gobierno. El líder socialista decía: "Colocado en un trance histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo (...) Mucho más temprano que tarde se abriran las grandes alamedas, por donde pasará el hombre libre para construir una sociedad mejor".


Yo pisaré las calles nuevamente.

Pablo Milanés


Yo pisaré las calles nuevamente

de lo que fue Santiago ensangrentada,

y en una hermosa plaza liberada

me detendré a llorar por los ausentes.

Yo vendré del desierto calcinante

y saldré de los bosques y los lagos,

y evocaré en un cerro de Santiago

a mis hermanos que murieron antes.

Yo unido al que hizo mucho y poco

al que quiere la patria liberada

dispararé las primeras balas

más temprano que tarde, sin reposo.

Retornarán los libros, las canciones

que quemaron las manos asesinas.

Renacerá mi pueblo de su ruina

y pagarán su culpa los traidores.

Un niño jugará en una alameda

y cantará con sus amigos nuevos,

y ese canto será el canto del suelo

a una vida segada en La Moneda.

Yo pisaré las calles nuevamente

de lo que fue Santiago ensangrentada,

y en una hermosa plaza liberada

me detendré a llorar por los ausentes.

2 comentarios:

Sebastian Lopez Miranda dijo...

La verdadera muerte de un Presidente

A la hora de la batalla final, con el país a merced de las fuerzas desencadenadas de la subversión, Salvador Allende continuó aferrado a la legalidad.

La contradicción más dramática de su vida fue ser al mismo tiempo, enemigo congénito de la violencia y revolucionario apasionado, y él creía haberla resuelto con la hipótesis de que las condiciones de Chile permitían una evolución pacífica hacia el socialismo dentro de la legalidad burguesa.

La experiencia le enseñó demasiado tarde que no se puede cambiar un sistema desde el gobierno, sino desde el poder.

Esa comprobación tardía debió ser la fuerza que lo impulsó a resistir hasta la muerte en los escombros en llamas de una casa que ni siquiera era la suya, una mansión sombría que un arquitecto italiano construyó para fábrica de dinero y terminó convertida en el refugio de un Presidente sin poder.

Resistió durante seis horas con una metralleta que le había regalado Fidel Castro y que fue la primera arma de fuego que Salvador Allende disparó jamás.

El periodista Augusto Olivares que resistió a su lado hasta el final, fue herido varias veces y murió desangrándose en la asistencia pública.

Hacia las cuatro de la tarde el general de división Javier Palacios, logró llegar hasta el segundo piso, con su ayudante el capitán Gallardo y un grupo de oficiales. Allí entre las falsas poltronas Luis XV y los floreros de Dragones Chinos y los cuadros de Rugendas del salón rojo, Salvador Allende los estaba esperando. Llevaba en la cabeza un casco de minero y estaba en mangas de camisa, sin corbata y con la ropa sucia de sangre. Tenía la metralleta en la mano.

Allende conocía al general Palacios. Pocos días antes le había dicho a Augusto Olivares que aquel era un hombre peligroso, que mantenía contactos estrechos con la Embajada de los EE.UU. Tan pronto como lo vio aparecer en la escalera, Allende le gritó: "Traidor", y lo hirió en la mano.

Allende murió en un intercambio de disparos con esa patrulla. Luego todos los oficiales en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo. Por último un oficial le destrozó la cara con la culata del fusil.

La foto existe: la hizo el fotógrafo Juan Enrique Lira, del periódico El Mercurio, el único a quien se permitió retratar el cadáver. Estaba tan desfigurado, que la Sra. Hortensia Allende, su esposa, le mostraron el cuerpo en el ataúd, pero no permitieron que le descubriera la cara.

Había cumplido 64 en el julio anterior y era un Leo perfecto: tenaz, decidido e imprevisible.

Lo que piensa Allende sólo lo sabe Allende, me había dicho uno de sus ministros. Amaba la vida, amaba las flores y los perros, y era de una galantería un poco a la antigua, con esquela perfumadas y encuentros furtivos.

Su virtud mayor fue la consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus asesinos, defendiendo un Congreso miserable que lo había declarado ilegítimo pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores, defendiendo la voluntad de los partidos de la oposición que habían vendido su alma al fascismo, defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que el se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro.

El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, que se quedó en nuestras vidas para siempre.

Gabriel García Márquez

alfer dijo...

Allí entre los cerros tuve amigos
que entre bombas de humo eran hermanos.
Allí yo tuve más de cuatro cosas
que siempre he deseado.

La historia son relatos que nos llegan, la verdad, siempre la conocen los actores.