Una nueva noticia sobre una madre
que golpeó a directivos de una escuela me motivó a escribir la siguiente reflexión.
Hace un par de semanas también se conoció el fallo de la Justicia sobre la
condena a la madre que agredió a un director de escuela. Esto me lleva a pensar
que algo está más que mal. En mi experiencia al frente de una escuela
secundaria puedo decir que las pocas faltas de respeto que sufrí, vinieron de
los ciertos padres (digo ciertos, porque
otros son verdadero ejemplo de crianza en sus hijos) y nunca de un alumno. Violencia verbal, faltas
de respeto, cuestionamiento constante a las pautas de exigencia e inclusive
algún empujón, cuando quise evitar que una madre golpeara a su hijo en la
puerta de la escuela, es a lo que me refiero. Y esto puedo decirlo no solo
porque lo viví, sino también porque es motivo de reflexión y charla con
colegas, que ocupan y han ocupados puestos en la educación por más de 20 años. Está
claro que vivimos en una sociedad que se transforma de manera veloz y alienante,
que en muchos casos los adolescentes no son entendidos, por la siempre
existente brecha generacional que hoy se hace cada día más ancha y que la
escuela como institución, si bien resiste los embates de las coyunturas
políticas, habiendo cargado en sus hombros el peso de ser casi el único
contacto, el último escalón de la presencia del estado en la fatídica década
del ’90, está en crisis. También es cierto que ciertos docentes no están a la
altura de las circunstancia, esto también lo pude ver desde mi rol, ya sea por
la falta de preparación de los mismos, la baja calificación que otorgan ciertos
institutos terciarios o la carencia de vocación. Hay actitudes reprochables y
esto forma parte de otro debate. Sin embargo sea por lo que fuere el reclamo,
no deben perderse las pautas básicas de respeto y convivencia. Como pedagogos
enseñamos a los hijos, no somos docentes de padres. Y debemos remarcar una vez más
que los primeros educadores son los progenitores. Tapando y encubriendo ciertas
situaciones, los padres no hacen otra cosa que perjudicar a sus hijos, ya que
no se los prepara bien para la salida al mundo – de los estudios superiores o
del trabajo. Es normal que los adolecentes, no todos, quieran hacer el menor
esfuerzo y a veces falten la verdad para cubrirse, lo que no está bien es que
estas actitudes sean apoyadas por los padres. Para una educación democrática,
crítica y hasta libertaria son necesarias pautas y normas, límites. Jerarquicemos
la profesión, volvamos a respetar al docente. A principios de siglo los periódicos
cubrían como noticia la llegada de un nuevo docente a un pueblo, en muchos
casos si provenía de Buenos Aires lo recibí el intendente, como si llegará una
autoridad. No pido tanto, simplemente que se deje de golpear a quienes
desempeñan su trabajo, que consiste nada más ni nada menos en la educación de
nuestros hijos.
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