Si,
estuve afiliado a la UCR, fue hace tiempo, al cumplir 18 años, en plena década
neoliberal, tras el Pacto de Olivos. Siempre sentí una profunda admiración por
la figura de Leandro N. Alem, su pensamiento, su postura moral y política
frente al Régimen Conservador de la Generación del ’80. Por el populismo de
Yrigoyen que llenó de pueblo la política y cobijó a Forja, le dio forma al
pensamiento nacional de Homero Manzi y Arturo Jauretche. Sin embargo, desde el
origen al ala popular se le opuso una elitista, conservadora, que no dudó en
apoyar el golpe de estado contra el anciano caudillo elegido por amplias
mayorías. La restauración conservadora producto del golpe de 1930 fue avalada
por el sector antipersonalista que brindó sus hombres a los gobiernos
fraudulentos de la década infame. Sin embargo, mientras Justo, ex ministro de
Alvear presidía la nación o más tarde Ortiz, también ministro alvearista, la
militancia elegía el abstencionismo, la lucha renovada contra el régimen,
militares radicales se alzaban y militantes de a pie honraban la figura de
Hipolito Yrigoyen colmando las calles el día de su sepelio, como en un ritual
continuado con el sepelio de Dorrego y como antasala a los de Eva Perón, Juan
Domingo Perón y Nestor Kirchner.
Fue
en los ’30 cuando la dirigencia viró a la derecha y se encolumnó tras el
partido conservador en el ’45, postura también elegida por el socialismo y el
resto del espectro político, era la hora de la Unión Democrática, apadrinada
por el embajador de los Estados Unidos, Braden, decían oponerse al fascismo, se
oponían a las reivindicaciones obreras, a la política de masas, a la justicia
social, la independencia económica y a la soberanía política. Y así fue como en
un período caracterizado por el enfrentamiento acérrimo entre bandos políticos
la UCR encarnó la oposición democrática al gobierno de Perón sin dejar de
apoyar cuanta intentona golpista llevaran a cabo los militares. Es que si el
gobierno tenía actitudes autoritarias, la oposición las tenía golpistas, el
antiperonismo llevó a que la plaza que festejó la llegada de la Revolución
Libertadora se llenara de hombres de traje y corbata, de mujeres de barrio
norte que habían desalojado a la “chusma” que había tomado la casa. En los ‘60
la figura campechana del Dr. Illia, ejemplo de honestidad en la administración
pública y presidente debió soportar una encarnizada campaña en su contra desde
las corporaciones encabezadas por los medios de comunicación. La noche de la
Revolución Argentina encontró al radicalismo reconciliado con el peronismo,
situación que se cristalizó en las entrevistas entre Perón y Balbín en Gaspar
Campos y en el discurso de despedida del caudillo radical a su adversario y en
sus palabras “amigo”. La dictadura cívico militar de 1976 desnudó complicidades
civiles y posturas éticas, Raul Alfonsín encabezó al sector que planteó desde
la noche de la dictadura lo aberrante de los crímenes de lesa humanidad y su
discurso a favor de los derechos humanos lo convirtió en la figura que
concitaba los apoyos para enfrentar a la dirigencia tradicional del partido
representados por Balbín y De la Rua. Y de esa manera el rezo laico del prólogo
de la Constitución Nacional frente a la multitud que clamaba por verdad y
justicia conquistó las voluntades y Alfonsín se convirtió en el padre de la
naciente democracia, era el hombre que se acercaba a la izquierda europea, que
planteaba la necesidad de unir fuerzas con América Latina, el que en los
jardines de la Casa Blanca le dijo a Reagan que los EEUU conspiraban contra los
procesos democráticos de latinoamericanos, el que les dijo a los oligarcas de
la Sociedad Rural que eran unos fascistas y que no silbaban a los genocidas
como si lo hicieron con él, el que llevó al banquillo de los acusados a los
dictadores, el que se entrevistó a riesgo de su propia vida con los golpistas
de semana santa, el que impulsó las leyes de impunidad para preservan la
democracia a futuro, pagando un alto costo político, el que sufrió un golpe de
mercado impulsado por las corporaciones que protagonizaron el festín neoliberal
de los ’90. El que planteó en 1992 que si la sociedad se derechizaba era una
actitud ética perder elecciones pero nunca hacerse conservador. El Alfonsín que
planteaba la necesidad de salir de la trampa del 1 a 1 y que fue crítico del
gobierno de De la Rua, momento en el que me desafilié del partido.
Tras
la debacle de la Alianza, la UCR se fue en helicóptero del poder con represión,
estado de sitio y muertos. Sin autocrítica y sin vislumbrar la necesidad de una
orientación hacia la izquierda, enarbolando banderas nacionales y populares.
Bandera que si tomó el kirchnerismo y concretó en innumerables políticas de
estado.
Es
así como aquellos que reivindicamos el alfonsinismo de los primeros años
comenzamos a ver con otros ojos a ese hombre que venía de la Patagonia y no le
temblaba el pulso a la hora de enfrentar a las corporaciones que truncaron el
proyecto progresista de 1983. Y es así como el kirchnerismo se convirtió en una
fuerza progresista en la que comenzamos a confluir desde distintas tradiciones,
peronistas, radicales, socialista, intransigentes y comunistas. Y mientras su proyecto reivindicaba
la justicia social, la soberanía política y la independencia económica la UCR
boyaba entre Lavagna, De Narvaez y Carrió, votaba con el PRO y ejercía el más
tenaz oposicionismo ciego, arriando banderas históricas del partido,
oponiéndose a la estatización de YPF, empresa creada por Yrigoyen para que el
estado tenga el control de sus recursos petroleros. Y se opusieron a la
estatización de las AFJP y fueron una máquina de obstruir como si esa actitud
no atentara con el republicanismo que propugnan a los cuatro vientos. Dime de qué
presumes y te diré de que careces dice el dicho y en este sentido los reclamos
de transparencia se chocan con las coimas en el senado de la gestión De la Rua o
el planteo de una mejor distribución del ingreso riñe con el recorte del 13% a
jubilados y trabajadores implementado por la ministra delarruista Patricia
Bullrich. La UCR con muy pocos votos sobrevive hoy como estructura partidaria
gracias al federalismo de su organización. Es en este contexto en el que su
dirigencia a espaldas de la militancia del partido pacta un acuerdo electoral
con lo más nefasto del neoliberalismo en la Argentina, plantean transparencia
pero se alían con Macri. Rifan la historia de un partido centenario sabiendo
que en la interna Sanz no tiene posibilidades de triunfar, ofreciendo su
estructura partidaria al partido municipalista del Jefe de Gobierno porteño.
Apuestan a la vuelta del bipartidismo pero le ofrecen el partido a las grandes
corporaciones. Conforman una alianza de centro derecha que además expresa sin
pudor una identidad profundamente antipernista. Han votado los convencionales
de Gualeguaychú la muerte de la UCR, ya que si pierde en las elecciones será un
apéndice del PRO y si triunfa será la cara de la centro derecha y la encargada
de la restauración conservadora que prodigan, es necesaria, los organismos
internacionales de crédito, las corporaciones y los medios de comunicación que
son expresión de estas. La convención de Gualeguaychú terminó con miembros de
la juventud radical llorando por el futuro del partido y con insultos a Sanz.
Que orgulloso me siento de formar parte de un movimiento que le da protagonismo
a la militancia y a la juventud, que hermosas imágenes nos regaló la apertura
de sesiones ordinarias del Congreso Nacional, el pasado 1 de marzo, donde el
pueblo que apoya al gobierno se congregó a demostrar que la calle no se perdió.
Que orgulloso me siento de mi presidenta. La diferencia en el liderazgo es
simplemente una expresión del lugar que la historia le depara a cada actor
político en la Argentina contemporánea.